Fernando Montes (Septiembre, 2017)
¿Quién fue Carlos Barbero?
¿Cuál fue el motor de CB que lo llevó a atravesar los años de su vida con coherencia impresionante y con un oído siempre atento a lo que Dios le iba pidiendo?
Toda su vida fue una búsqueda permanente en el seguimiento de Jesús de Nazareth. Conocer a Jesús, adherir a su proyecto con el corazón y con la vida fue ese motor secreto. Pero un Jesús con un rostro preciso, concreto, visible: los más pobres y su causa. CB fue un cristiano en serio. Sin medias tintas, exigente consigo mismo hasta lo indecible.
Y en ese sentido, recibió de Jesús la marca de la rebeldía. Porque él era -por naturaleza- un tipo tranquilo, sereno, apaciguador. La identificación con la persona y el proyecto de Jesús lo hizo rebelde, disconforme con lo que veía tanto en la sociedad como en la iglesia. Y en este estilo actuó se podría decir, sin concesiones. Los difíciles años 70 lo encontró enfrentado con el entonces obispo de San Juan (aquel de la Biblia latinoamericana…) y también con algunos sectores de la entonces Inspectoría salesiana de Córdoba. Vio con claridad que el camino que le proponían no era el de Jesús, hizo sus valijas y se fue.
Apareció en Rosario donde encontró al p. Tessarolo, por entonces provincial salesiano con sede en Rosario. Una persona que lo entendió y lo contuvo, tal vez porque tenían las mismas inquietudes. Tessarolo fue el hombre providencial que supo canalizar las inquietudes de un joven Carlitos Barbero. No se asustó, no se cerró y le encontró el lugar, el modo y los compañeros para la propuesta de vivir y compartir la vida de los más pobres.
Así fue como P. Carlos Barbero apareció en Zárate. Y allí ancló para siempre. De Zárate no se fue nunca más, aunque por algún tiempo hubo de estar geográficamente lejos. Y los largos años de Zárate fueron para Carlitos el espacio para la «sorpresa de Dios», como diría Francisco. Y casi sin darse cuenta, con los otros dos salesianos que lo acompañaron: Carabajal y, Nestor Gastaldi, fueron abriendo para el mundo salesiano el llamado camino de la inserción, característica importante de la vida religiosa latinoamericana.
La realidad de los barrios periféricos de Zárate le hicieron ver lo cierto de sus intuiciones y él se fue convirtiendo, sin desearlo ni proponerlo, en el punto de referencia de muchos cristianos que no encontraban espacio ni ambiente en ciertos esquemas propios del pasado.
La rebeldía de CB encontró en el modelo y en la vida de las comunidades eclesiales de base aquello que siempre había soñado desde los tiempos de estudiante de teología, en Córdoba: «una Iglesia pobre y para los pobres». La diócesis de Zárate-Campana tenía al frente al obispo Espósito Castro. Con un estilo bastante conservador, pero con una nobleza muy grande y con una mirada honda sobre personas y acontecimientos.
Seguramente vio en CB lo que otros no supieron ver. Y se entabló entre ambos una fuerte amistad, como si el Obispo hubiera sentido en el testimonio simple de la vida austera de CB un rayo de esperanza en medio de normas, y de encierros tan propios de ciertos sectores eclesiales. Después vinieron los tiempos de I. Casanova donde pudo profundizar su opción fundamental: Jesús y los pobres. Allí estuvo varios años hasta su regreso a Zarate en 2008.
Pero, muchas veces, la rebeldía, aún la auténtica, puede producir dureza y cerrazón en el trato y en las opciones, como la corteza defensiva de ciertos árboles. No fue así con padre Carlitos Barbero. Ocurre que Dios le había regalado un don inmenso: LA TERNURA, manifestada, particularmente en un sentido muy agudo de la cercanía. Esta fue una de sus grandes características: estar cerca de todo y de todos.
Donde había un dolor, una división, una pérdida allí aparecía, Carlitos, con su siempre destartalada bicicleta y a cualquier hora del día y de la noche. Estar al lado, estar cerca para alentar, consolar y superar situaciones fue la expresión de esa ternura contagiosa. Una anécdota: en muchas familias de Zárate circulaba una frase muy repetida, convertida años después en casi un mito indiscutible: «el P. Carlitos venia todos los días a comer a mi casa. Frase, causa de muchas bromas, que siempre acepto con una sonrisa. Un rebelde con ternura porque las transformaciones en la sociedad y en la Iglesia necesitan imperiosamente de ambos condimentos.
Sus últimos años en Zarate fueron para CB fuente de mucho dolor y sufrimiento. Se entrecruzaron situaciones, pequeños intereses, divisiones, enfrentamientos internos, incomprensiones que él no supo o no pudo manejar. El mal afloró y dejó en CB una fuerte sensación de amargura a veces, y de derrota y confusión otras. Y, por cierto, de mucho dolor. Como si se hubiera cumplido en su vida la parábola del trigo y la cizaña.
(Continuará)